Un equipo de científicos del Centro de Investigación Langley de la NASA ha ideado un novedoso programa de exploración cuyo objetivo es enviar misiones tripuladas a Venus, el planeta más cercano a la Tierra.
Aunque ambos mundos son similares en tamaño, masa, densidad y gravedad –de hecho, en este sentido, son mucho más parecidos que Marte y la Tierra–, bajo la gruesa cubierta de nubes de ácido sulfúrico que oculta la superficie de Venus, este planeta es un auténtico infierno sometido a una enorme presión, unas 90 veces más que la que se da en el nuestro.
El descomunal efecto invernadero en el que se ve sumido mantiene su temperatura media a unos 464º C, suficiente para fundir el plomo. En su atmósfera, compuesta en su mayor parte de dióxido de carbono, soplan rachas de viento huracanado, y su árido terreno se encuentra esculpido por volcanes, antiguas lenguas de lava, cráteres de impacto y, en general, por las huellas de una pasada e intensa actividad tectónica.
Ahora, la NASA ha planteado que los primeros astronautas que viajen hasta allí habiten en grandes aeronaves de 130 metros de largo llenas de helio, en cierto modo similares a dirigibles, que permanecerían a unos 50 kilómetros sobre el firme, donde las condiciones son mucho más benignas: una sola atmósfera de presión, una temperatura media de 75º C y una exposición a la radiación similar a la que experimentarían en Canadá.
El proyecto, denominado HAVOC –siglas de High Altitude Venus Operational Concept–, prevé el envío en un primer momento de una sonda robotizada a la atmósfera, a la que le seguiría una misión orbital tripulada de 30 días. Tras ella, las estancias se prolongarían hasta un año. Luego se estudiaría si sería viable situar una auténtica ciudad flotante de forma permanente entre las nubes de Venus.
No obstante, los técnicos de la agencia espacial advierten que, de momento, se trata de una idea sobre el papel, y que aún es necesario analizar numerosas cuestiones antes de ponerla en marcha, desde la forma de lidiar con la radiación que inunda el medio interplanetario hasta el modo de desplegar los vehículos.
Aunque ambos mundos son similares en tamaño, masa, densidad y gravedad –de hecho, en este sentido, son mucho más parecidos que Marte y la Tierra–, bajo la gruesa cubierta de nubes de ácido sulfúrico que oculta la superficie de Venus, este planeta es un auténtico infierno sometido a una enorme presión, unas 90 veces más que la que se da en el nuestro.
El descomunal efecto invernadero en el que se ve sumido mantiene su temperatura media a unos 464º C, suficiente para fundir el plomo. En su atmósfera, compuesta en su mayor parte de dióxido de carbono, soplan rachas de viento huracanado, y su árido terreno se encuentra esculpido por volcanes, antiguas lenguas de lava, cráteres de impacto y, en general, por las huellas de una pasada e intensa actividad tectónica.
Ahora, la NASA ha planteado que los primeros astronautas que viajen hasta allí habiten en grandes aeronaves de 130 metros de largo llenas de helio, en cierto modo similares a dirigibles, que permanecerían a unos 50 kilómetros sobre el firme, donde las condiciones son mucho más benignas: una sola atmósfera de presión, una temperatura media de 75º C y una exposición a la radiación similar a la que experimentarían en Canadá.
El proyecto, denominado HAVOC –siglas de High Altitude Venus Operational Concept–, prevé el envío en un primer momento de una sonda robotizada a la atmósfera, a la que le seguiría una misión orbital tripulada de 30 días. Tras ella, las estancias se prolongarían hasta un año. Luego se estudiaría si sería viable situar una auténtica ciudad flotante de forma permanente entre las nubes de Venus.
No obstante, los técnicos de la agencia espacial advierten que, de momento, se trata de una idea sobre el papel, y que aún es necesario analizar numerosas cuestiones antes de ponerla en marcha, desde la forma de lidiar con la radiación que inunda el medio interplanetario hasta el modo de desplegar los vehículos.
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