La lógica de las modas se apodera de las consignas que lucen en los estantes de las grandes superficies por lo natural, lo light o lo tradicional muchas veces son reclamos cuyo único aporte extra reside en su coste.
El combustible de una dieta pésima lo componen tanto la necesidad como el desinterés. Productos económicos de calidad contrastada los hay en los mercados y tiendas de alimentación, y muchos principalmente en temporada. Aunque todos sabemos requieren dedicación y tratamientos para ser mutados en elaboraciones apetecibles y variadas. Pero si no queremos, o no podemos, cocinar nosotros, la industria alimentaria, como un caracol al acecho, toma el relevo apoderándose del recetario tradicional para mantener en alto lo que en algún momento fue memoria colectiva.
Si nuestra dificultad es económica, ahí están las ofertas y los mensajes promocionales con lemas como "pack ahorro". Si el problema es de falta de tiempo, las empresas nos brindan las cuartas y quintas gamas (vegetales procesados y platos preparados) listas para abrir y consumir. Para los entusiastas de la imprecisa cultura de la comida tradicional también hay un repertorio de reclamos enlazados en una ristra de eslóganes como "receta de la abuela, casero, artesano", aunque todos sabemos que se fabrican en líneas de producción industriales. La moraleja es que todas las ideologías caben en el carro de la compra, desde la conciencia medioambiental del "kilómetro cero" o lo "ecco".
El intríngulis de la cuestión está en que el ensimismado consumidor o no sabe o no quiere saber lo que adquiere en realidad, y el marketing, en un ejercicio que desacraliza y devalúa la sinceridad incorpora mensajes ambiguos e ideas aderezadas con dosis de ficción. Un ejemplo son las llamadas del tipo "ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario", "fuente de proteínas" o "reduce los niveles de colesterol", que también se podrían asignar a un plátano, un aguacate o un flan de huevo. De este modo, enriquecidos con una pequeña cantidad de vitamina, minerales, antioxidantes, ácidos grasos, probióticos o fitoquímicos que se encuentran de manera habitual en una dieta equilibrada, los nuevos alimentos funcionales incrementan en un 200% su coste en relación con un alimento convencional con características similares, quedando en muchos casos en valor añadido en el coste y no en los atributos que se le presuponen.
Fuente: El País
El combustible de una dieta pésima lo componen tanto la necesidad como el desinterés. Productos económicos de calidad contrastada los hay en los mercados y tiendas de alimentación, y muchos principalmente en temporada. Aunque todos sabemos requieren dedicación y tratamientos para ser mutados en elaboraciones apetecibles y variadas. Pero si no queremos, o no podemos, cocinar nosotros, la industria alimentaria, como un caracol al acecho, toma el relevo apoderándose del recetario tradicional para mantener en alto lo que en algún momento fue memoria colectiva.
Si nuestra dificultad es económica, ahí están las ofertas y los mensajes promocionales con lemas como "pack ahorro". Si el problema es de falta de tiempo, las empresas nos brindan las cuartas y quintas gamas (vegetales procesados y platos preparados) listas para abrir y consumir. Para los entusiastas de la imprecisa cultura de la comida tradicional también hay un repertorio de reclamos enlazados en una ristra de eslóganes como "receta de la abuela, casero, artesano", aunque todos sabemos que se fabrican en líneas de producción industriales. La moraleja es que todas las ideologías caben en el carro de la compra, desde la conciencia medioambiental del "kilómetro cero" o lo "ecco".
El intríngulis de la cuestión está en que el ensimismado consumidor o no sabe o no quiere saber lo que adquiere en realidad, y el marketing, en un ejercicio que desacraliza y devalúa la sinceridad incorpora mensajes ambiguos e ideas aderezadas con dosis de ficción. Un ejemplo son las llamadas del tipo "ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario", "fuente de proteínas" o "reduce los niveles de colesterol", que también se podrían asignar a un plátano, un aguacate o un flan de huevo. De este modo, enriquecidos con una pequeña cantidad de vitamina, minerales, antioxidantes, ácidos grasos, probióticos o fitoquímicos que se encuentran de manera habitual en una dieta equilibrada, los nuevos alimentos funcionales incrementan en un 200% su coste en relación con un alimento convencional con características similares, quedando en muchos casos en valor añadido en el coste y no en los atributos que se le presuponen.
Fuente: El País
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