Nadie con ojos en la cara puede negar que en los últimos tres años hemos vivido un auge tremendo del vegetarianismo. Es evidente que el interés por la alimentación vegetariana ha experimentado un aumento importante y, aunque lo podemos constatar en muchos frentes, hoy me quiero ocupar del aumento de la presencia de productos etiquetados como “vegan” en las tiendas de alimentación.
Que un producto lleve el sello “vegan” solamente alude al origen de los ingredientes que lo conforman. No dice absolutamente nada de su salubridad
En los supermercados de barrio, las bebidas vegetales ya ocupan en el lineal prácticamente el mismo espacio que ocupa la leche de vaca. En la nevera de los lácteos hay cada vez más sabores de yogures de soja y tienen un hueco varias referencias de postres vegetales a base de avena, arroz o coco. En la zona de precocinados encontramos varios tipos de hamburguesas y salchichas vegetales, seitán, tofu, falafel y humus de varios tipos. En los pasillos de congelados hay croquetas veganas, lasaña y helados de varios tipos 100% vegetales. Junto a los macarrones está la soja texturizada. Hay sushi vegano y hasta veganesa (mayonesa vegana). Y probablemente, pronto, habrá un montón de productos más que harán las delicias de parte del colectivo que los consume con fruición.
Todo ello, además, convenientemente etiquetado como vegan, así como también han incluido esa señalización en productos que ya son veganos per se, como los gazpachos o algunos procesados vegetales como el tomate frito. También están etiquetadas como tales algunas referencias de bollería y panes.
Si las cadenas de supermercados hacen este esfuerzo por ampliar su surtido de productos enfocados a los interesados en la alimentación vegetariana, y en adaptar su etiquetado, es porque han detectado una demanda y un nicho de mercado lo suficientemente amplio para que esto les salga rentable tanto económicamente como con respecto a imagen.
Pero no solo son los supermercados, marcas como Campofrío, que en 2008 ridiculizaba a los vegetarianos en su publicidad, sacaron en 2017 una línea de embutido vegetal y venden también salchichas de soja. Carro al que ya se había subido con anterioridad otra conocida marca de procesados cárnicos: Noel. Por su parte, la compañía chacinera Argal sacó también una línea de platos precocinados con sello vegan. Y La Piara vende untables vegetales. No sé si os estáis quedando con el dato: la industria cárnica está abriéndose nicho de mercado vegetariano, como ya hizo la industria láctea hace años (Pascual o Central Lechera Asturiana fueron de las primer marcas en poner bebidas vegetales en los lineales).
Y mientras escribo estas líneas, me entero por Facebook de que Cacaolat lanza al mercado la versión vegana de su popular batido de chocolate, a base de bebida de avena. Suma y sigue.
¿Y no son buenas noticias?
La industria alimentaria se está aprovechando de la connotación saludable que envuelve a lo vegano para vendernos los ingredientes más baratos y más insanos
No os negaré que personalmente me gusta constatar que el movimiento vegetariano está en auge, porque eso significa que cada vez hay más personas conscientes, comprometidas con la justicia social, la sostenibilidad, el trato justo a los animales o replanteándose el patrón de consumo actual. Tengamos en cuenta que un gran porcentaje de vegetarianos y sobre todo veganos, son además activistas en algún campo. Todo ello nos convierte en una sociedad mejor, que camina hacia un futuro más justo y más sostenible.
Pero si lo miramos desde un punto de vista estrictamente nutricional o de la salud, el panorama ya no pinta tan bien. Buena noticia sería que cada vez se vendieran menos productos poco saludables y más frutas y verduras, no al revés, por muy bien etiquetados como vegan que estén.
Hoy se puede llevar tranquilamente una alimentación vegana basada en ultraprocesados sin pisar nada más que un super de barrio, os lo demuestro:
-Desayuno: batido de bebida de soja y cacao azucarado con un cruasán vegano
-Media mañana: un refresco de cola y un sándwich de pan de molde blanco con mortadela vegana y margarina.
-Aperitivo: una cerveza y cacahuetes fritos con sal.
-Buena noticia sería que cada vez se vendieran menos productos poco saludables y más frutas y verduras, no al revés, por mucho que tengan la etiqueta vegan
-Comida: arroz blanco con tomate frito y salchichas veganas. De postre un helado de soja de vainilla
-Merienda: café con bebida vegetal azucarada y galletas etiquetadas como vegan, por ejemplo unas Oreo.
-Cena: croquetas de espinacas veganas precocinadas con patatas fritas y veganesa. De postre un yogur de soja sabor frutas del bosque azucarado.
Ahí lo tenéis, un menú 100% vegano que hubiera sido impensable hace apenas unos pocos años, por falta de disponibilidad de productos. Un menú en el que lo más sano que encontramos es el café, si no llevara bebida vegetal azucarada, claro. Un menú en el que lo más parecido a una verdura es el tomate frito, o las espinacas de las croquetas. Y lo que más se acerca a una fruta es la mora dibujada en el bote del yogur.“Vegano” no significa “saludable”
Es obvio, dada la enorme oferta in crescendo, que todos esos productos no los está consumiendo sólo la población vegetariana. Ya me gustaría, pero no son tantos. Esas bebidas vegetales azucaradas y esas hamburguesas vegetarianas hechas de cereal refinado, aceite de girasol, un 10% de verduras y un mísero 5% de algún alimento proteico vegetal, se las están llevando a casa muchas familias pensando que son opciones saludables. Un embutido vegano es almidón, grasa de mala calidad, saborizantes y sal. Pero la gente ve la uve en color verde, unas hojitas dibujadas en el paquete y un 100% vegetal y creen que están comprando prácticamente lechuga.
Y la industria alimentaria se está aprovechando mucho de esta connotación de saludable que envuelve al producto vegano para vendernos los ingredientes más baratos y más insanos que podemos comprar, ya que los ingredientes que hacen poco recomendables los productos altamente procesados no son de origen animal: azúcar añadido en cualquier formato (sacarosa, siropes, melazas, dextrosa, glucosa…). Prácticamente todo el azúcar añadido es de origen vegetal, a excepción de la miel. Grasas poco saludables como las grasas hidrogenadas, los aceites refinados y la grasa de palma. Harinas refinadas y sal. Este es el cuarteto que inunda los productos muy procesados y que los hace insalubres, y el veganismo no es inmune a ninguno de ellos.
Por eso importante tener en cuenta una cosa: que un producto lleve el sello “vegan”, la “V-label” o cualquier otra leyenda que lo identifique como producto 100% vegetal, solamente alude al origen de los ingredientes que lo conforman. No dice absolutamente nada de su salubridad.
¿Sabéis que productos veganos son saludables? Las frutas, verduras y hortalizas, las legumbres y sus derivados (tofu, tempeh, soja texturizada), los frutos secos, el aceite de oliva, las semillas, los cereales integrales… Y casi ninguno va etiquetado como vegan.
Si quieres reducir el consumo de productos de origen animal y comer saludable, no cambies el salchichón por embutido vegano, cámbialo por almendras. No cambies las Frankfurts por salchichas o burguers veganas, cámbialas por legumbre. No cambies las natillas por un postre de avena, cámbialas por fruta.
Una llamada de atención a los vegetarianos:
Y sí, los vegetarianos también compran esos productos. Y me da pena ver como un colectivo que lo tenía todo a favor para encabezar el movimiento por una alimentación más rica en fruta, verdura y legumbres de proximidad y de temporada, que es algo que encaja completamente con los valores que defiende, está obnubilado por los nuevos productos veganos y haciendo una fiesta en redes sociales cada vez que sale un nuevo ultraprocesado vegano bajo la excusa de que está bien que haya más oferta, que tienen derecho a elegir y que al menos puede que haya alguien que compre la versión vegana en lugar de la tradicional, disminuyendo así la demanda de productos animales.
Y yo os digo que nos estamos conformando con muy poco y que nos están consiguiendo como clientes de manera muy fácil, a nosotros, que somos el reservorio del consumidor crítico y que lee las etiquetas por excelencia, nos están ganando con una uve verde dibujada en el envase. Pensadlo.
Fuente: El País
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