Si estás pensando en qué pasa con la ‘pasta con vegetales’: la pasta con tomate o con espinacas es pasta auténtica a todos los efectos, para la legislación y para tu alimentación.
Añadir un 2% de verdura a la pasta no va a cambiar más que el color, así que no esperes que equivalga a una ración.
Si no tuvieran influencia, ¿piensas que los productores de carne pelearían en Europa para que unas bolas de proteína de soja no puedan llamarse albóndigas? ¿O que se habría librado una batalla para poder añadir grasas distintas de la manteca de cacao al chocolate y, aun así, llamarlo chocolate? Pues no. Se hace porque la denominación va acompañada de atributos intangibles que implican hacerse hueco en tu corazoncito consumidor, o quedarse relegado a la sección mental de los “quiero y no puedo”.Las ‘pastas de legumbres’ no entran dentro de la legislación que se le aplica a las pastas que conocemos, esos macarrones, espaguetis o fideos que todos conocemos. La pasta ‘tradicional’ es legalmente una ‘pasta alimenticia’ que se caracteriza por estar hecha de sémola, semolina o harina de trigo duro, semiduro o blando al que se añade agua (y puede llevar otros ingredientes, incluidas legumbres, pero la base es el trigo).
Un punto a favor es que gran parte de los “antinutrientes” de las legumbres se reducen durante el cocinado de la pasta. Una ventaja más: ¿los gases que te producen las legumbres te convierten en una nueva fuente de energía renovable? Pues con la pasta de legumbres no te va a pasar, porque los oligosacáridos responsables (estaquiosa y verbascosa) quedan disminuidos a la mínima expresión. Todo muy prometedor, ¿verdad? Hasta que llega la verdadera realidad.
Fuente: El País
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